Ganador del Premio Nacional de Poesía del año 2005, José Corredor-Matheos nació en la localidad manchega de Alcázar de San Juan en 1929. Jamás ejerció el Derecho, disciplina de la que se licenció -nunca mejor dicho- en plena juventud, a poco de llegar a su amada Barcelona, en la que reside desde 1942. Desde allí, muy pronto empezo a sobresalir en el escenario de la cultura española de las dos primeras décadas de la posguerra.
Como crítico de arte, escribió más de cincuenta volúmenes dedicados a mundos tan diversos como el de la pintura y arquitectura modernas, la cerámica, el diseño industrial o los juguetes. También ha sido muy apreciada su enorme labor como traductor y antólogo, de la que se recuerda con razón su Poesía catalana contemporánea, editada en 1983 y reeditada años más tarde, en el año 2001, y con la que obtuvo el Premio Nacional de Traducción entre Lenguas Españolas de 1984.
Como poeta, ha publicado una quincena de libros, entre los que debemos destacar su Poema para un nuevo libro (1961), que le valió el prestigioso Premio Boscán; su ya legendaria Carta a Li Po (1975) y ese Don de la ignorancia (2004) que le valió el Premio Nacional de Poesía, el máximo galardón de la poesía española. El autor tuvo el cuidado de preparar selecciones muy bravas de su propia obra, que confluyeron en la edición de Poesía 1951-1975 (1981); Poesía (1970-1994) y, finalmente, Deja volar la pluma en el paisaje (1962-2005) que, editada por El Toro de Barro en el año 2005, contiene, además de algunos inéditos, los jalones fundamentales de toda su escritura.
Entre los poetas de la Generación de los años cincuenta, de la que históricamente forma parte, destaca junto a quienes, como Ángel Valente, Antonio Gamoneda y el maestro Ángel Crespo, habiendo aceptado la realidad del tiempo como punto de partida, procuraron regodearse en todo cuanto en esa misma realidad no se presentaba como gestos extremados o evidentes, configurando de ese modo un discurso muy cercano al del "realismo mágico" en el que el principal protagonista habría de ser "algo que no quiere morir", ese "algo que madura" y que crece y que nos mira. Posteriormente, la poesía y la filosofía de extremo Oriente imprimieron en la suya un tono contemplativo que algunos han hecho derivar erróneamente de un nihilismo vital, cuando lo que el poeta pretendía -así lo afirma en dos entrevistas que ofrecemos aquí- no era otra cosa que desnudar las pequeñas cosas hasta, cómo él mismo nos advierte en el Don de la ignorancia, "dejar tan sólo el hueso, / hasta que brille / como puñal o luz / que ilumine la noche / a mediodía."
En todo caso, su inclinación por la aparente sencillez de la experiencia de la realidad y la voluntad antiretórica de su palabra poética, cuyos ritmos -no se nos escapa- encajan casi a la perfección con los del cancionero popular español de los años cincuenta, lo convierten en una de las figuras más indiscutibles de la "Poesía del silencio", de la que ofrecemos, precisamente un breve y luminoso Resplandor.
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